14 de abril de 2010

Para la libertad...

Miguel Hernandez, poeta comunista, comisario político, obrero de la palabra y campesino en los montes, es quizas el mayor representante de la lucha por la República de los trabajadores, la de la justicia social, es decir, la que reparte lo que les sobra a algunos entre los que no tienen, la que hace iguales en derechos a los hombres, y no solo sobre el papel, la que exije la participacion cotidiana para mantenerla en pie frente a los asesinos que no renuncian tan facilmente a sus privilegios.

Miguel Hernandez, muerto en las carceles de los genocidas en plena lucha por la democracia en España (la democracia del pueblo, no la democracia de los politicos profesionales de hoy), sabia que la lucha para la libertad era un esfuerzo titatico de cada gigante que hay en cada obrero y en cada campesino, y que hay que sangrar, luchar, pervivir, desprenderse a balazos de los que derrumban su estatua (o yo diria mas, de los que la tienen en pie aunque solo como máscara).

Miguel Hernandez republicano, pero republicano que tenia muy claro qué tipo de Republica queria, y que lucho por ella, murio por ella, y escribio por ella.

Actualmente, en el año de su centenario, Miguel Hernandez es reivindicado por muchos, incluso por aquellos que le mataron (Aznar ensucio alguno de sus versos con su boca de alimaña). Pero pocos reivindican la figura de Miguel Hernandez en su sentido completo: poeta, si, pastor, verdad, pero indisolublemente a su poesia y a su origen esta su ideologia comunista, su compromiso con la lucha contra el fascismo (y el capitalismo), su comisariado politico como miembro del PCE (de aquel PCE revolucionario de entonces) en el ejercito republicano, y su admiración de Lenin y de Stalin, de la Union Sovietica (que por cierto fue el unico pais junto a Mexico que defendio a España de la agresion fascista).

Hoy a aquellos que defienden una libertad de salon, que consiste en que todo el mundo se conforma con lo que hay mientras los asuntos importantes se deciden en las alturas institucionales y empresariales (es decir, lo mismo que hubo siempre pero con la mascarada de las elecciones cada cierto tiempo), no les es comodo leer a Miguel Hernandez, o al menos, leerlo en todo su mensaje, como una unidad: seguro que les basta con considerar sus bonitos versos. Pero la libertad que exijia en sus poemas no era la que ahora tenemos, una libertad regulada, vigilada y, sobre todo, gestionada, por los privilegiados de toda la vida (y alguno nuevo).

Estoy seguro de que si Miguel Hernandez viviera hoy volveria a exigir luchar para la libertad, aquella que soñó, en union de millones de trabajadores del mundo, y que la oligarquia se encargo de cercenar, mediante guerras, traiciones o mentiras.

Os dejo con el fragmento mas conocido de su poema, "El herido", musicalizada por Joan Manuel Serrat, y un poema que no se suele leer ni citar nunca, en homenaje al pais donde esa lucha "para la libertad" en la que Miguel Hernandez daba la vida cada dia se habiá encarnado, "Rusia", la Union Sovietica, aquella promesa hecha realidad de "tractores y manzanas, panes y juventud sobre la tierra"

EL HERIDO

(...)

Para la libertad sangro, lucho, pervivo.
Para la libertad, mis ojos y mis manos,
como un árbol carnal, generoso y cautivo,
doy a los cirujanos.

Para la libertad siento más corazones
que arenas en mi pecho: dan espumas mis venas,
y entro en los hospitales, y entro en los algodones
como en las azucenas.

Para la libertad me desprendo a balazos
de los que han revolcado su estatua por el lodo.
Y me desprendo a golpes de mis pies, de mis brazos,
de mi casa, de todo.

Porque donde unas cuencas vacías amanezcan,
ella pondrá dos piedras de futura mirada
y hará que nuevos brazos y nuevas piernas crezcan
en la carne talada.

Retoñarán aladas de savia sin otoño
reliquias de mi cuerpo que pierdo en cada herida.
Porque soy como el árbol talado, que retoño:
porque aún tengo la vida.



RUSIA

En trenes poseídos de una pasión errante
por el carbón y el hierro que los provoca y mueve,
y en tensos aeroplanos de plumaje tajante
recorro la nación del trabajo y la nieve.

De la extensión de Rusia, de sus tiernas ventanas,
sale una voz profunda de máquinas y manos,
que indica entre mujeres: Aquí están tus hermanas,
y prorrumpe entre hombres: Estos son tus hermanos.

Basta mirar: se cubre de verdad la mirada.
Basta escuchar: retumba la sangre en las orejas.
De cada aliento sale la ardiente bocanada
de tantos corazones unidos por parejas.

Ah, compañero Stalin: de un pueblo de mendigos
has hecho un pueblo de hombres que sacuden la frente,
y la cárcel ahuyentan, y prodigan los trigos,
como a un inmenso esfuerzo le cabe: inmensamente.

De unos hombres que apenas a vivir se atrevían
con la boca amarrada y el sueño esclavizado:
de unos cuerpos que andaban, vacilaban, crujían,
una masa de férreo volumen has forjado.

Has forjado una especie de mineral sencillo,
que observa la conducta del metal más valioso,
perfecciona el motor, y señala el martillo,
la hélice, la salud, con un dedo orgulloso.

Polvo para los zares, los reales bandidos:
Rusia nevada de hambre, dolor y cautiverios.
Ayer sus hijos iban a la muerte vencidos,
hoy proclaman la vida y hunden los cementerios.

Ayer iban sus ríos derritiendo los hielos,
quemados por la sangre de los trabajadores.
Hoy descubren industrias, maquinarias, anhelos,
y cantan rodeados de fábricas y flores.

Y los ancianos lentos que llevan una huella
de zar sobre sus hombros, interrumpen el paso,
por desplumar alegres su alta barba de estrella
ante el fulgor que remoza su ocaso.

Las chozas se convierten en casas de granito.
El corazón se queda desnudo entre verdades.
Y como una visión real de lo inaudito,
brotan sobre la nada bandadas de ciudades.

La juventud de Rusia se esgrime y se agiganta
como un arma afilada por los rinocerontes.
La metalurgia suena dichosa de garganta,
y vibran los martillos de pie sobre los montes.

Con las inagotables vacas de oro yacente
que ordeñan los mineros de los montes Urales,
Rusia edifica un mundo feliz y trasparente
para los hombres llenos de impulsos fraternales.

Hoy que contra mi patria clavan sus bayonetas
legiones malparidas por una torpe entraña,
los girasoles rusos, como ciegos planetas,
hacen girar su rostro de rayos hacia España.

Aquí está Rusia entera vestida de soldado,
protegiendo a los niños que anhela la trilita
de Italia y de Alemania bajo el sueño sagrado,
y que del vientre mismo de la madre los quita.

Dormitorios de niños españoles: zarpazos
de inocencia que arrojan de Madrid, de Valencia,
a Mussolini, a Hitler, los dos mariconazos,
la vida que destruyen manchados de inocencia.

Frágiles dormitorios al sol de la luz clara,
sangrienta de repente y erizada de astillas.
¡Si tanto dormitorio deshecho se arrojara
sobre las dos cabezas y las cuatro mejillas!

Se arrojará, me advierte desde su tumba viva
Lenin, con pie de mármol y voz de bronce quieto,
mientras contempla inmóvil el agua constructiva
que fluye en forma humana detrás de su esqueleto.

Rusia y España, unidas como fuerzas hermanas,
fuerza serán que cierre las fauces de la guerra.
Y sólo se verá tractores y manzanas,
panes y juventud sobre la tierra.

Miguel Hernández

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